jueves, 6 de marzo de 2014

No, no la extraño a ella.


La extraño,
o tal vez no la extraño a ella,
tal vez extraño esos ojos cafés que se posaban sobre mi cuerpo con la peor de las intenciones,
conquistar mi corazón.

No, no la extraño a ella,
extraño el suave caminar de sus manos sobre mi rostro,
extraño esa sonrisa tan desquiciante que me desequilibraba la razón.

No, es imposible que la extrañe a ella,
extraño, quizá, el inconfundible olor a ansiedad que su cuerpo despedía,
extraño su boca moviéndose desesperada en un intento por volar.

Sí, es seguro, quién sabe si lo más cierto que he dicho algún día,
no la extraño a ella,
extraño su lengua dibujando un mundo dentro de mi boca,
extraño su piel quemando la mía cada vez que la rozaba.

Puedo jurar que no la extraño a ella,
extraño ese sabor a deliciosa fantasía con el que me topaba cada vez que su cabello nublaba mi vista,
extraño esa inconfundible sensación a otoño, aún cuando jamás lo he conocido, que me invadía cada vez que esos labios resquebrajados por acción de mi boca me acariciaban.

Es cierto, no la extraño a ella,
extraño la primavera que me traía,
extraño el verano que me dibujaba,
extraño incluso ese invierno despiadado que hacía únicamente que ella me abrazara más.

No, no la extraño a ella,
extraño mi alma junto a la suya,
extraño mi corazón sonriente sabiendo que alguien lo cuidaba.

Puedo jurar que no la extraño a ella,
puedo prometerme una y mil veces que lo que añoro no es más que nuestras vivencias,
situaciones divertidas,
momentos únicos,
pero no, no es cierto, tal vez sí la extrañe a ella,
tal vez no sean sus manos,
tal vez no sean sus besos,
tal vez ni siquiera sea su mirada,
tal vez lo único que extraño sea a esa musa enamorada.

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