La puerta se cerró de espaldas a esa niña que corría
en un intento absurdo por alejarse de su tormento.
Vio hacia ambos lados y luego lanzó su vista con total
furtividad hacia el frente del camino, no había nada más que las frías paredes
que se alzaban a su alrededor con la única intención de no dejarla escapar,
esos muros de piedra gélida y negra que se asemejaban tanto a su vida en la
mayoría de los aspectos, nada de eso le había incomodado jamás pero ahora era
distinto, daría todo por alejarse de la lobreguez que las enredaderas creciendo
sobre las piedras le brindaban.
Su respiración se hacía cada minuto más y más fuerte
conforme los pasos que se acercaban tomaban un mayor tono en sus oídos, el
sudor le recorría por la frente y le bajaba por los costados del rostro
mientras el maquillaje comenzaba a desvanecerse y el delineador líquido había
empezado a dibujar pequeñas lágrimas secas sobre sus mejillas conforme estas
estallaban en sus ojos de modo lento y pausado, casi rítmico al bailar con el
boom de su agitado corazón.
Giró un par de minutos mientras un gran cuervo volaba
en círculos sobre su cabeza, sus graznidos eran estrepitosos y se estrellaban
con odio contra la cien de la joven, una y otra vez su oscura voz se repitió
inaguantable entre los largos corredores de aquel dédalo en el que había sido encerrada.
O tal vez había sido ella la que ingresó allí y quedó atrapada, de todos modos,
eso ya no importaba, debía salir, lo sabía. Retomó su desesperada huida con
todas las fuerzas que sus piernas se lo permitieron mientras en el cielo el sol
se ocultaba cada vez más deprisa, pronto la bruma que venía siguiéndola la
alcanzaría y no habría nada que pudiera hacer, no habría ni un haz de luz que
la protegiera, no habría ni siquiera el consuelo del calor del cielo de media
tarde, ya no habría nada.
Sintió un sombrío respirar alzarse a sus espaldas,
estaba cerca, él, ella, eso, lo que fuera que fuese que la siguiera con tan
nimio apuro, estaba cerca, volteó una y otra vez, lo más rápido que le fue
humanamente posible mientras golpeaba contra las paredes por causa de su paso
torpe, de su desesperación al andar, su piel se encontraba magullada y ciertas
partes de su cuerpo ya emanaban sangre, sus manos, sus brazos, sus piernas bajo
la pequeña minifalda que había escogido esa mañana sin saber que terminaría
justo allí, en un oscuro laberinto que sea por donde fuese que siguiera la
dirigía sin ningún tipo de piedad al final. A su final.
Volteó la cabeza deseando no observar a aquel ser que
la seguía desde hace ya un buen tiempo, no había ningún lugar en aquel sitio
donde esconderse, ni una cueva, ni una esquina cubierta por las densas
enredaderas, nada. Alcanzó a observar unas horrorosas garras que curvaban
agarradas a la pared, tendrían al menos quince centímetros y lucían más
tenebrosas que las de aquel payaso al
cual había temido toda su infancia, el riesgo de toparse con él mientras la
espiaba bajo alguna alcantarilla ahora había quedado como una araña en la pared
con relación a esto, aquel laberinto maldito curvaba hacia la izquierda y
parecía ir de largo, justo lo que necesitaba, una recta en aquella maraña de muros,
si seguía por allí, de seguro sería atrapada, se agarró de las enredaderas al
tiempo que soltaba un grito y oía a la criatura rugir desde la parte posterior
del dédalo, si hasta entonces no había sabido que estaba allí, pues bien, ahora
sí. Se sujetó lo más fuerte que le fue posible a aquellos tallos llenos de
grandes y afilados espinos, mucho más peligrosos que los normales y de un
tamaño mucho mayor, como si alguien hubiese afilado madera y se hubiera dado el
trabajo de colocarla allí. Trepó lo más rápido que le fue posible con los pies descalzos,
no pudo haber cometido una mayor estupidez que sacarse los tenis en aquel
claro, pero bien, entonces no parecía un sitio que pudiera representar ningún
riesgo, el gran bosque y la laguna azul, la pileta que había sido tallada con
la figura de una ninfa y los hermosos árboles de flores lilas, nadie hubiera
podido percibir el peligro; llegó hasta la parte superior del muro pero antes
de que pudiera saltar hacia la seguridad de algún pequeño corredor del que no
sabía nada que no fuera su oscuridad, la gran garra la atrapó y la jaló hacia
abajo pero su ropa, y parte de su piel, continuaba colgada de los grandes
espinos, por un momento consiguió observar su mirada iluminada tenuemente con
la luz del sol que se escondía dándole a su rostro pequeños resplandores
violáceos, rojizos y rosas, era tan bella como jamás había visto a una chica,
gigantescos ojos azules del tono del océano dibujados con perfiles de oro,
cabello rubio hasta la cintura, labios perfectamente dibujados de color carmín
diseñados precisamente para su rostro, para ninguno más, una piel tersa y
blanca como la de los hermosos dioses griegos y prácticamente desnuda a
excepción de una corta túnica blanca que le caía por el pecho y apenas tapaba su pubis, la misma ninfa que
observó en el lago, sólo que esta, esta era de carne y hueso… Además de garras;
la imagen de aquella estatua se cruzó por su mente, no tenía brazos, ahora
estaba claro por qué, la joven que la mantenía sujeta del tobillo tenía en su
suave rostro la mueca más grotesca que una persona pueda imaginar pero aún así lucía
dulce como el de una niña, ¿Cómo es que
alguien así puede ser dañina? Vaciló un momento entre quedarse prendada de sus
ojos o saltar y perderse la majestuosidad de esa mujer, finalmente le propinó una patada en la cabeza
y se dejó caer de espaldas sobre el suelo del lado contrario, estaba a salvo.
Sus manos sangraban, sus piernas estaban destrozadas y
en su pantorrilla llevaba la marca de unos dedos que parecía que hubiesen
estado en llamas, tenía la piel roja y seriamente lastimada, trató de
levantarse pero el dolor la hizo volver al suelo con gran violencia, escuchaba
los pasos cerca de ella nuevamente, era obvio que la atraparían, esa mujer
debía conocer el dédalo como la palma de su mano, si se quedaba allí, moriría.
Se puso en pie tratando de ignorar el dolor mientras los ruidos se aproximaban
cada segundo más, su cabeza latía, sentía que los tímpanos le explotarían y que
su garganta expulsaría chorros de sangre en cuestión de segundos pero aún así
no podía detenerse.
Las garras volvieron a aparecer pero esta vez no
pegadas a una esquina sino justo frente a ella, sin darse cuenta había acabado
en lo que ella quería evitar, una recta devastadora, era obvio que correr sería
insuficiente, incluso absurdo considerando el modo en aquellos pies inhumanos prácticamente
flotaban sobre el musgo que crecía en el suelo, se sentía casi refrescante bajo
sus plantas pero aún así el tener que correr le resultaba aún imposible. La
mujer se acercó a ella con total tranquilidad, a paso lento y suave, no
planeaba correr, tenía todo el tiempo del mundo para atraparla, para jugar con
su cuerpo, para destrozarla milímetro a milímetro. La joven volteó y emprendió
una carrera en sentido contrario lo más rápido que le fue posible pero la
respiración de la criatura, las garras de aquella ninfa maldita sonaban entre y
contra las grandes paredes de roca indicando que pronto, no importaría a donde
corriera, la alcanzaría.
La joven regresó la mirada y alcanzó a vislumbrar en
el rostro de aquella mujer una sádica media sonrisa, unos ojos tiernos y
devastadores y aquellas garras de marfil que amenazaban con acabarla, corrió a
la mayor velocidad que pudo sin dejar de mirar aquellas pupilas llenas de
océano y sangre que la observaban con hambre, con lascividad, tal vez, pero
sobre todo, odio; Su pie golpeó contra una roca en el camino y cayó de frente
al suelo, su cabeza rebotó contra las enredaderas que la rodeaban y su tersa
mejilla se magulló de un modo tan trágico que sintió que la piel se había
quedado pegada a las rocas y su hueso ahora estaría al aire.
La mujer rozó sus garras entre ellas y luego contra
los muros del laberinto haciéndolas chirriar y soltar un par de chispas
mientras sonriente le declaraba su final.
La joven se arrastró de espaldas sin poder levantarse
del suelo hasta llegar al tope del camino, no había salida y gracias a sus
nuevas heridas, las enredas tampoco representaban una ayuda, se apegó al muro
hasta quedar completamente contra a él, su piel desnuda al contacto de los
espinos le resultaba una agonía total pero no podía evitar que cada latido la
obligara a acercarse al punto de confundirse entre ellos, pero no era
suficiente, esta vez, no podría escapar.
La mujer se acercó con total misterio y sugestividad a
ella, la miraba directamente a los ojos, la deseaba, deseaba su alma, deseaba
su cuerpo, deseaba su sangre; llegó a su lado y la joven casi podía percibir el
olor a soledad que emanaba, un hedor tan fuerte que un tumulto entero se
sentiría desolado de sentirlo, se arrodilló junto a ella y los espinos
dibujaron perfectas gotas de sangre sobre sus rodillas pero parecía no
importarle, tal vez no lo sentía o sólo no le interesaba, colocó su cabeza frente a la suya y la miró con gran
concentración y sin borrar el perfecto rictus curvo que tenía su boca, presionó
su alba garra contra su cien y la bajó causando un corte de al menos siete
centímetros, doloroso pero no lo suficientemente profundo como para representar
un peligro, luego se la pasó por los labios sin ocasionar ningún daño y lamió
la gota de sangre que había quedado dibujada en su mentón, después, la presionó
contra su hombro derecho y la hizo gritar, la garra había
atravesado su cuerpo y ahora se dejaba oír contra las piedras en las que ella
se había arrimado.
Sacó la zarpa de su cuerpo y una vez más mientras
cortaba el borde de su blusa conforme arrastraba sus peligrosas manos lejos de
la chica, finalmente la rozó contra el mentón de la joven y se puso en pié retirándose
del el laberinto mientras le decía con una voz gutural: Sufrirás en mis manos
hasta el día en que mi piadosa alma te conceda la muerte, hasta entonces
disfrutaré de tu compañía. Al llegar al final de la recta, antes de desaparecer
de la vista de la muchacha añadió: Porque aquí, no hay salida.
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